Este año se lo que me quiero pedir a los Reyes Magos, por primera vez en mucho tiempo. Podría pedirme un coche, o una casa, o una cantidad indefinida de dinero para poder comprarme todo (que si cuela, cuela, soy humano) por lo que me he dado cuenta de que hasta yo sería capaz de venderme, practicamente todo el mundo se vende. Esto es el mercado, el mundo en el que vivimos y del que directamente no queremos saber nada, pero indirectamente lo sabemos (porque lo vivimos) todo. A día de hoy hasta los sentimientos se pueden comprar o incluso hasta vender. Compra y venta. Un circuito cerrado en el cual quien es altruista tiene las de perder.
Posiblemente con algunos euros más sería un gilipollas con todas las letras, un mujeriego sin mucho esfuerzo, y ni me plantearía todas aquellas cuestiones que no paran de azuzarme en la cabeza hasta convertirme en un tipo superficial y por desgracia demasiado ídem a los estereotipos actuales. Posiblemente tendría una sonrisa de gilipollas (como buen gilipollas) y me resignaría a un devenir comprado céntimo a céntimo. En los últimos tiempos divago sobre el epíteto bastante. He descubierto que odio la palabra precioso/a, he descubierto que viene de preciar, de “pretiosus”, que tiene un precio fijo y material. Ahora me rijo por el encanto. Lo encantador merece la pena, el “incantare”, o la devoción por los dones naturales es primordial para sentir. Una palabra mágica ya que parte de la incertidumbre como algo que está ahí y te atrae de forma inverosímil.
Sinceramente, deseo que mi primer regalo sea seguir descubriendo experiencias nuevas que trasciendan a lo que esta sociedad de máquinas y capital nos da por evidente. Somos personas y lo olvidamos. Nos olvidamos de tantas cosas... Y si las recordamos y proponemos a los demás que las recuerden nos dicen que no hay que pensar, y si recuerdas que en Grecia las y los muchachos y muchachas de los colegios se están desmayando porque en sus casas no tienen para comer, no importa, no procede. Los cambios son repentinos. No pasa nada, llegará (o no), pero no inmediatamente. Pequeños pasos. Silenciosos pasos. Las fiestas no son para hacer política, pero la política deja a familias en las calles pese a estas fechas. Las fiestas no son para sentirse mal, pero todavía hay gente que muere de hambre porque otros mueren de indigestión. Lo obviamos y como mucho donamos algo. Lavado de conciencia. ¿Pero realmente lo pensamos? ¿realmente sabemos los que gozamos de un beneficio maldito con el sacrificio de otros? ¿realmente no nos pesan los “Made in ------” y las “trade marks”? Al final nuestra vida de excelentes urbanitas y consumidores occidentales nos ha convertido en cínicos. Sencillo, y esta es mi segunda petición. Pido más empatía para mi y para todos.
Mi tercera petición es que cada vez que alguien abra un regalo pienses que el auténtico presente está realmente tras la puerta, en la sonrisa de una persona hacia tí o en una mañana de viento en la que el cielo se queda azul. Tal vez pida (como muchos otros pedigüeños) ser feliz, pero es algo “derivado de”, pues las casas se sostienen sobre cimientos. La felicidad se construye, no aparece y desaparece. En el fondo siempre somos felices hasta que dejamos de serlo, y entonces nos preguntamos “¿y ahora por qué no soy feliz?”, acto seguido nos respondemos “no soy feliz por que tal vez lo haya sido y no lo haya sabido aprovechar, o simplemente lo sea y no lo sepa”.
Ell máximo regalo que podéis a mi es vivir, porque a día de hoy ¿quién vive?